POR GERARDO MUÑOZ LORENTE
Reportaje. LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS EN LA PROVINCIA DE ALICANTE (XXII)
El viernes 20 de noviembre de 1609 bajó a Murla otra delegación morisca para negociar con Agustín Mejía las condiciones de su embarque. Esta vez se encontraba con el general el doctor Nofre Rodríguez, juez de la Corte de la Audiencia Real de Valencia y emisario del virrey, que había estado en Benilloba, Muro y Planes "castigando a quien enojava a los Moriscos de paz, haziendolos salir de los lugares para la embarcacion" y venía con la pretensión de hacer lo mismo con los moriscos de los valles de Ebo, Gallinera y Laguar.
Pero la presencia del prudente juez Rodríguez tampoco sirvió esta vez para que se alcanzara un acuerdo. Los moriscos pedían un plazo de meses para vender sus posesiones, antes de embarcarse, y Mejía sólo les concedía unos pocos días.
Enfurecido por el fracaso de esta última negociación, Mejía planeó la batalla definitiva para el día siguiente. Se reunió con Sancho de Luna y Manuel Carrillo, a quienes presentó dicho plan. Aquella misma noche saldrían hacia el llano de Petracos con los Tercios divididos en tres escuadrones: el primero lo compondrían 200 soldados del Tercio de Nápoles y otros 200 del de Sicilia y de los Galeones, guiado por De Luna, el sargento mayor Giner y los capitanes García de Hoyos, Diego de Mesa, Pedro de Prada y Diego de Guzmán; el segundo llevaría 600 soldados mezclados de los tres Tercios dirigidos por Carrillo y los capitanes Esteban Albornoz, Vasco de Acuña, Pedro de Azebedo, Diego de Blanes, Gaspar de Azebedo y Juan de Messo; y el tercero lo formaría el resto de la infantería de los tres Tercios, mandado por los capitanes Juan Díaz Beltrán, Sancho de Guinea, Luis de Leyva, Sebastián de Neyra, Bernardino Xuarez y el propio Mejía, "si bien no marchó con el dexandole a cargo del Sargento Mayor de la armada", puntualiza Del Corral, ayudante del general. A estos escuadrones de veteranos seguirían las milicias efectivas.
Toda esta tropa se dirigiría al llano de Petracos por el camino (ahora carretera) que corría paralelo al río Jalón, uniendo Murla con Benichembla y Castell de Castells, con intención de atacar desde allí la cima de la sierra del Caballo Verde. Para distraer mientras tanto la atención de los moriscos que vigilaban desde lo alto de aquella sierra, ocho compañías de Alicante y de Gandía, con unos 800 soldados, saldrían antes del amanecer del castillo de Azabares y se colocarían en el Tosalet de Cotes, al pie del Caballo Verde y frente a dicho castillo, dispuestos a atacar directamente por el valle si fuera necesario y con la ayuda de la compañía de caballería. También estarían atentas para atacar, si así fuera preciso, las milicias de Biar, Benissa, Teulada y Planes que guarnecían el primer peñón (La Creueta).
Antes del amanecer del sábado 21 de noviembre se puso en práctica el plan de Mejía. Encabezado por Sancho de Luna, todo aquel ejército bien armado partió de Benichembla hacia el llano de Petracos, "que dista una legua de muy mal camino", recuerda Escolano (si bien otros autores -como Diago en sus Apuntamientos- indican que el llano de Petracos está al final del barranco de Malafi "a media legua de Murla"), con el objetivo de atacar desde allí la sierra del Caballo Verde, defendida por moriscos que, aun siendo muchos más, "carecian de arcabuzes, y que solo estavan prevenidos de (É) hondas (q. las trahian dobles, una en la mano, y otra en el cinto, por si la primera se rompia) y algunas ballestas".
Faltaba una hora para la salida del sol cuando el ejército, secundado por las milicias que llegaron desde Castell de Castells (donde previamente se habían reunido), tomó posiciones con sigilo en el llano de Petracos, al pie del Caballo Verde. "La noche era muy fria y aspera", según Diago, detalle que no mencionan Del Corral ni Escolano. "Al romper el Alva, el Atalaya [centinela] de los moros descubrio las cuerdas encendidas y el exercito puesto en orden", dice Diago; mientras que Escolano explica que el aviso fue provocado por Mejía: "Al reyr del Alva, mandò Don Agustin que se tocassen caxas y una trompeta, a que respondieron con otras trompetas de todos los puestos (que hasta entonces se avia caminado a la sorda y con muy pocas cuerdas encendidas) y mandando que se encendiessen todas". Después de escuchar una arenga del general Mejía y rezar el Ave María, el ejército se dirigió hacia el Caballo Verde. La batalla, pues, aunque conocida como de Petracos, no se libró en este llano, sino en la montaña; y realmente ni siquiera puede calificarse como tal.
A la vanguardia iba el escuadrón de Sancho de Luna, sin embargo Mejía ordenó que fueran los mosqueteros de Diego de Mesa y las 25 picas que mandaba Pedro Giner quienes se adelantaran para cargar contra los moriscos, nada más comprobar que éstos impedían el avance de los arcabuceros con la simple ayuda de sus arcos y hondas. Bien parapetados tras las peñas, arrojaban piedras y flechas desde lo alto de un estrecho desfiladero. Cambiaron los soldados el lugar por donde subir, con las picas y los mosquetes abriéndoles paso, pero los moriscos continuaron hostigándolos: "Hirieron los Moros a algunos soldados de la multitud de las piedras tiradas, y de algunos arcabuzazos y flechazos: a Don Sancho le passaron un braço por la manga del jubón sin hazerle daño [curiosa o sospechosamente lo mismo que le pasó en el ataque al castillo de Azabaras]; y a su Sargento mayor Pedro Giner le dieron una pedrada en la cabeça, de q. vino al suelo, y le huviera muerto, si el casco fuerte no le defendiera", cuenta Escolano, quien sigue: "Los Moros con mucho valor y esfuerço procuraron defender aquel passo de la montaña, y se sustentaron hasta ponerles las bocas de los mosquetes en los pechos, y venir a braço partido con algunos soldados: en que se señalò un Moro, q. aviendo peleado buen rato con la honda, cerrò contra los nuestros con un baston ñudoso en las manos, y hizo el daño q. pudo, hasta que le mataron a arcabuzazos".
Los soldados continuaron la subida, provocando la retirada de los moriscos, hasta alcanzar la cima de la sierra. Desde allí, la primera población que se veía era la de Benimaurell, donde se hallaba Mellini. En cuanto vio cómo los soldados se preparaban para bajar al valle, éste ordenó desalojar las tres poblaciones y que todos los moriscos se refugiaran en los dos peñones más abruptos del Caballo Verde (el segundo y el tercero). Pero "como el camino era tan aspero y estrecho, ellos cargados, unos de ropas y sustento, otros de criaturas, se embaraçaron de manera que no pudieron subir a ella antes que las mangas del escuadron los alcançassen: mataron gran número sin hazer distincion de sexo ni edad", relata Del Corral.
Víctimas del pánico, los moriscos abandonaron sus casas y tiendas para huir a toda prisa hacia los peñones, pero muchos de ellos cayeron en efecto bajo las armas de la soldadesca. Mejía ordenó que tres escuadrones de los Tercios atajasen la huida de los moriscos por el llano del valle, al mismo tiempo que las compañías de caballería e infantería que estaban en el Tosalet de Cotes perseguían también a quienes pretendían llegar a las cumbres. Mientras esto ocurría, Mejía autorizaba el saqueo de las tres poblaciones.
Fuente: información.es
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