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Apr 3, 2010

La España expulsada


Mariano F. Urresti

Madrid, Edaf, 2009, 362 págs.

Ganador del III premio “Finis Terrae” de 2009


La España expulsada es un ensayo de tono divulgativo y de título poco preciso (trata, en realidad, de la convivencia de las tres culturas antes de la expulsión) que se propone considerar, como indica el subtítulo, la “herencia de Al-ándalus y Sefarad” en la cultura española. Su tesis de partida es que ni el judaísmo ni el islam fueron los mismos tras su paso por la península ni la España que nacía entonces como estado unitario puede ser entendida sin la herencia de las culturas expulsadas.

El primer bloque, dedicado a Sefarad, trata de dilucidar en qué momento se asientan las primeras comunidades judías en España, dejando abierta la cuestión de cuál de las dos religiones fue la primera en llegar a esta provincia romana. Todo parece indicar que la relación entre las dos religiones fue apacible hasta la invasión musulmana. ¿Apoyaron los judíos, como se sospechó, la entrada de los árabes en la península? No parece creíble, pues sus condiciones de sometimiento no mejoraron y la llegada posterior de almohades y almorávides las empeoraron de tal modo que provocó la huida de las comunidades judías a reinos cristianos. Tal vez la edad de oro de la convivencia entre las tres culturas se sitúa en el siglo XIII en Toledo, momento en que el rey Alfonso X propició los intercambios culturales y científicos y tradujo al castellano obras de una importancia capital, pero ya en la centuria siguiente, con la llegada a España de la peste negra comienzan a difundirse, como sucede en toda Europa, los infundios antijudíos: raptos de niños, emponzoñamiento de pozos y fuentes, práctica de la magia…, hasta forjar la caricatura del usurero de nariz aguileña tan falsa como las acusaciones precedentes, como prueba el hecho de que en Cortes y Concilios se repitiera la exigencia de que utilizaran señales externas que permitieran identificarlos.

Naturalmente esta persecución ha quedado registrada en textos históricos y literarios, como sucede en “El milagro de Teófilo” de Gonzalo de Berceo, en que aparece el judío que “sabie encantamientos e otros artificios” (que la Torah prohibía expresamente) o en la Historia de la muerte y martirio del santo Inocente que llaman de Laguardia (1583), de fray Rodrigo de Yepes, un turbio asunto que llevó a la hoguera a varios inocentes.

Distinta fue la relación de los cristianos con los dominadores musulmanes. A los siglos de esplendor del Califato de Córdoba sucedieron las invasiones almohade y almorávide, más intransigentes en cuestiones religiosas. El avance de la Reconquista creó minorías culturales como muladíes (cristianos convertidos al Islam), mozárabes (comunidades cristianas más indóciles) y mudéjares o moriscos. Las conversiones colectivas forzadas revelaron pronto su ineficacia y tras una disputa en el interior de la iglesia entre un nuevo intento de absorción o la expulsión se optó por la medida más radical en 1609.

Si la expulsión de los judíos contó con el aplauso del pueblo llano (como recuerda este poema popular coetáneo: “Ea, judíos / a enfardelar / que mandan los reyes / que paséis la mar”), la de los moriscos despertó una fuerte resistencia entre quienes lamentaban perder una mano de obra eficiente y barata, porque “curiosamente no se marcharon del país manos ociosas; no eran nobles, clérigos o hidalgo vividores quienes decían adiós a su país, sino braceros, artesanos, comerciantes y trabajadores. Con ellos se iba una España que moría y a sus espaldas dejaban otra España que bostezaba” (p. 352).

La impresión final es que, en efecto, esta convivencia fue fructífera para la cultura de los tres pueblos: nombres como Maimónides, Hasday Ibn Saprut, Moisés de León, Averroes o Ibn Arabí son figuras universales que siempre formarán parte de la cultura española. Es seguro que su relación en un mismo entorno físico marcó de un modo indeleble su desarrollo posterior, pero también que a pesar de ser todos ellos “hombres del libro”, cristianos, judíos e islamistas son fieles de religiones “totalitarias” que se excluyen, que cohabitan hasta el momento en que una de ellas se siente con poder suficiente para expulsar a las demás.

Fuente: Hoy.es_Blog de Simón Viola

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