Los moriscos tunecinos se consideran los herederos de la cultura de Al-Ándalus y luchan por preservarla. Durante siglos, han rechazado mezclarse con la población autóctona del país para tratar de conservar su modo de vida, su comportamiento doméstico o su gastronomía, que, a través de los siglos, se han transmitido unos a otros de manera oral. El médico retirado Mohamed Lakhoua se lo explicó así a Castilla. "Yo soy descendiente de andalusíes. Así me lo hicieron ver desde pequeño mis abuelos y mis padres. En nuestra mentalidad no cabía la posibilidad de mezclarse con alguien que no fuese de la misma sangre".Por eso, después de vivir unos años en Europa, volvió a Túnez y se casó con su prima. "Somos muy tradicionales. Así hemos procedido generación tras generación hasta prácticamente la mitad del siglo pasado", le contó Mohamed, que, sin embargo, reconoce que los tiempos han cambiado. "Tengo sobrinos casados con mujeres tunecinas y lo comprendo a pesar de ser viejo".Algunos de los Lakhoua, como Muhsin, han vuelto a España y han visitado Granada. "Un día, mientras paseaba por el Albaicín, entré casualmente en una casa", le dijo al arabista. "Me quedé muy sorprendido porque su arquitectura y su distribución eran exactamente iguales a las que yo recordaba haber visto en la casa que tenía mi abuelo en plena medina de Túnez, en la rue des Andalous. El patio, por ejemplo, era idéntico"La huella de los moriscos en Túnez se encuentra todavía entre las poblaciones del norte del país, donde, según Castilla aún se utilizan vocablos y expresiones de orígen castellano que ayudan a conocer el estado de la lengua española en el siglo XVII, cuando se produjo el éxodo. "En Testour, un pueblecito del norte levantado por los andalusíes, no es raro encontrar a personas que se apellidan Balma (Palma), Garsía (García), Sanshu (Sancho) o Kabadu (Quevedo)", concluye Castilla.
EL PAÍS - 29-01-2005
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