Hace ya unos cuantos años, en el extinto DIARIO DE GRANADA, propuse la conveniencia de cambiar la fiesta de La Toma, del 2 de Enero, por la de La Fiesta de Granada. Pretendía modificar el criterio de celebración de una derrota militar al servicio de los vencedores de terribles consecuencias y trasformarla en un momento de encuentro en el que cada sensibilidad pudiera expresar su punto de vista sobre un momento de la Historia digno de reflexión y de capital importancia para Granada.
Desde entonces, como venía sucediendo hasta ese momento, el evento no ha cambiado, pero la polémica tampoco. Y es que las heridas no se curan por decreto. Puede haber muchos puntos de vista para encarar cualquier momento de la Historia, y es bueno que los haya.
Mi pretensión se sustentaba entonces y se sustenta hoy con algunos conocimientos mejor fundamentados en que La Toma de Granada tuvo como consecuencia la eliminación de un pueblo y de una cultura perfectamente española. Todavía resulta que la dinastía más longeva en la Historia de España resulta ser la nazarita granadina con más de 250 años de permanencia en el común suelo patrio.
Su delito no fue otro que el de haber nacido en Granada, tener una cultura distinta a la hegemónica y seguir manteniendo fidelidad a sus ancestros allí donde hubieran sido desterrados. Tuvieron que acatar una religión que no querían, cambiar su lengua su forma de vestir, sus costumbres, sus ritos de nacimiento matrimonio o muerte, sus fiestas. De nada les valió. Vivieron siempre con la espada de la intransigencia religiosa católica sobre su cabeza, analizados con lupa ellos, sus hijos, sus nietos, sus biznietos… sin que nunca pudieran ser sus comportamientos suficientemente fiables para los poderes reinantes a lo largo de más de un siglo. La riqueza general del país se resintió gravemente con su expulsión y se sabía, pero ni aun así los poderes constituidos fueron capaces de encontrar una fórmula que asumiera que en España debían caber todos los que habían nacido en ella.
Nadie va a resucitarlos ya ni este ejemplo de la Historia que vivo con tanta angustia tal vez por lo cerca que me queda se puede trasladar a hoy porque cada momento histórico hay que medirlo con sus parámetros contemporáneos. De sobra lo sé. Pero también sé que en la vida se puede aprender, que podemos reflexionar y revisar comportamientos que nos han llevado a ruinas y a injusticias de las que no podemos sentirnos orgullosos y sí de avergonzarnos y proponernos no repetirlos nunca mas.
Tampoco valen ahora argumentos del orden de que la evolución de la cultura cristiana nos ha hecho ser lo que somos hoy mientras que la musulmana ha evolucionado por otros derroteros y sabe Dios dónde estaríamos en caso de haberse mantenido en España. Tampoco me parece asumible que los musulmanes que hoy nos llegan como inmigrantes vuelvan a recuperar algo que fue suyo. Creo que eso son sofismas destinados a justificar nuestra pereza mental y nuestra falta de capacidad autocrítica.
Este país tiene una deuda con el recuerdo de muchos miles de hijos a los que, en un momento determinado y por el hecho de pensar de manera distinta al poder constituido en aquel momento, decidió expulsar y quedarse tan pancho.
Fuente: Como Niños
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