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Sep 26, 2009

HOMENAJE A LOS MORISCOS

Abderrahmán Medina Molera

El historiador, filósofo, investigador o escritor en general, cualquiera que sea el área cultural a la que pertenezca, no será jamás neutral ni inocente, ni actuará con criterios de estricta racionalidad y valor crítico: quiéralo o no, vive en un mundo poblado de fantasmagorías y leyendas, trabaja en lo tupido de los mitos que, siglo tras siglo, se han ido acumulando en el subconsciente de la propia colectividad.

Presentar la imagen del morisco en la llamada historia o literatura española, es acudir al malicioso ejercicio de confundir, de aturdir hasta la saciedad al lector o auditorio con una extravagante y abundantísima retahíla de injurias, estereotipos racistas y un sin fin de descalificaciones. La controversia antiislámica predicada e impulsada desde una política de cristiandad, ha cristalizado en una engañifa y perjurio histórico, como revulsivo que reacciona frente al vitalismo y la solidaridad del Islam con cierto “stress” militarista (los cristianos parece que sólo pueden vivir su religión como “militancia contra”, como “cruzada”). Salvo en el caso de unas pocas excepciones individuales y alguna corriente honrosísima como la Ilustración, que reintrodujo los estudios sobre la civilización musulmana de Al-Andalus y la lengua árabe como lengua de cultura del universo musulmán, y que fueron capaces de articular todo un arma desde la cultura contra el clericarismo de la Iglesia y la ideología de cristiandad del Estado español.
La versión castellana y “cristiana vieja” del musulmán, es una infección de tópicos acuñados por mediocres poetas y cronistas de un romancero inventado, que envenena las bellas leyendas mítico-históricas del auténtico Romancero andaluz, compiladas por Menéndez Pidal. Dichos tópicos servirán como arsenal ofensivo para los panfletistas y demagogos antimoriscos. Como reconoce Ricardo García Cárcel, en su breve trabajo “Los Moriscos y la Historia”, Fray Marcos de Guadalajara, J. Bleda, D. Fonseca, P. Aznar Cardona. Corral y Rojas, junto a muchísimos otros; son bien representativos de esta ideología bunkeriana de obtusidad, pobreza y adocenamiento que no admitió ni el más tímido interrogante que cuestionara el genocidio morisco. Paralelamente el estudio de la lengua árabe quedará fosilizado en un olvido tan absoluto como voluntario.
Como ya hemos señalado, los ilustrados redescubren el hecho andalusí: Campomanes fue reconocido protector del arabismo, Miguel Casiri clasifica y analiza por vez primera los manuscritos en lengua árabe de la Biblioteca de El Escorial; José A. Conde será el gran estudioso de la lengua árabe y la cultura andalusí a finales del siglo XVIII. En la primera mitad del siglo XIX, la generación romántico liberal simpatiza con los moriscos en cuanto víctimas del absolutismo opresor. No obstante, en algunos de estos ilustrados se observa una exaltación de la sociedad y cultura morisca en un plano exclusivamente literario: del enemigo atrasado e inferior, que como compara Juan Goitisolo, como ese “buen salvaje” indio-americano investido de todas las virtudes por los escritores ilustrados y románticos en el preciso momento en que la superioridad técnica y armamentística del invasor europeo le aboca a un inexorable proceso de ruina y desaparición. Con el final de la soberanía andaluza y en plena conquista cristiana, los castellanos se sintieron de nuevo atraídos por la civilización musulmana de Al-Andalus: “aquella exótica civilización, aquella belleza y exquisitez en el vestuario, aquella espléndida ornamentación de los edificios, aquella extraña manera de vida, aquel modo de cabalgar, de armarse, de combatir que tenían los andaluces” (“España entre la Cristiandad y el Islam, en Mis páginas preferidas, Madrid, 1957). La añoranza de un mundo –la civilización islámica de Al-Andalus- en vías de extinción, acentuaba los rasgos favorables a éste y propiciaba la elaboración de fantasías históricas que cristalizan en una de las direcciones del relato morisco. Esta exaltación literaria castellana de la figura mítica de Al-Andalus, de aquel moro andalusí enaltecido, sutil y perdido en el tiempo, queda establecida, a fin de cuentas, para crear una distancia insalvable entre el andalusí arquetípico y el morisco cotidiano y real; a muchísimos arabistas e historiadores les ha servido su proclamada admiración por la cultura musulmana de Al-Andalus y la civilización islámica en general, para excusar ante todos el menosprecio y rechazo del morisco concreto y de la mujer u hombre musulmán en general. Para muchos estudiosos y políticos, el refugio en el pasado histórico, les permite esquivar la intolerancia del presente, sin remordimientos de conciencia. La continua oscilación entre el desprecio al musulmán real y la fascinación por su imagen idealizada, es una constante literaria en el Estado español en particular y el llamado Occidente en general: Alarcón, Pérez de Hita, Perales, Boix, Janer, Blanco White, Gayangos, Menéndez Pelayo, Boronat, Simonet, Codera, Chateaubriand, Delacroix, Víctor Hugo, Levy-ProvenÇal, Perés, Washington Irving, entre muchísimos otros. Los prejuicios milenarios que ha volcado la ideología de cristiandad sobre los musulmanes y el Islam “se han insinuado en el inconsciente colectivo de Occidente a un nivel tan hondo, manifiesta Djait, que cabe preguntarse con temor si podrán ser extirpados jamás”. Publicaciones como este número monográfico sobre los moriscos pretenden ser un puente y homenaje al diálogo, un vehículo a la necesidad de un mejor conocimiento y comprensión. Para ello, es preciso retrotraer el problema a su punto de partida, a sus comienzos.
Las críticas de Dufourcq y Stern a Sánchez Albornoz, hacen poco fidedignas las tesis tradicionalistas sobre una supuesta conquista árabe. Las conclusiones de Guichard sobre la orientalización de la sociedad andalusí por supuestos elementos árabes y beréberes, han sido evaluadas y convertidas en fósil por los diferentes estudios de antropología y etnología como el de la Universidad de Upsala, por poner solamente un ejemplo. Las tesis de Ignacio Olagüe –a pesar de la controversia desatada- que pretenden demostrar la no presencia de elementos árabes ni musulmanes en la batalla del 711, suponen una crítica extraordinaria a las fuentes que, hasta la presente, han pretendido informar la historia. La Reconquista, como señalaba García Cárcel, desde las nuevas perspectivas, ya no puede inscribirse en la supuesta predestinación occidental, sino que más bien empieza a ser entendida como auténtica conquista, invirtiéndose los sujetos agente y paciente. El año 1609 con la expulsión de numerosos moriscos, sería la resultante final del proceso colonizador tras la conquista de las Andalucías iniciada en el siglo XI y que concluiría en 1492 con la conquista de la ciudad de Granada. Obviamente, el mejor homenaje a los moriscos es reconocerlos como antepasados, andalusíes que lucharon aquí, que padecieron y que gozaron.

Sabemos que cambian los ojos que miran el paisaje, pero éste permanece de forma primordial. Sabemos que nuestros antepasados moriscos, de alguna manera, aquí estarán vivos siempre. Como escribe Antonio Gala de Andalucía: “Miro los olivares, respiro hondo y sé que aún estoy vivo: que, de alguna manera, estaré vivo siempre. Y me pongo a cantar en silencio una canción que no se aprende; que la sangre susurra al oído de cada sangre nueva. Una canción que repite que cualquier ser es importante, porque sin él la Naturaleza no sería como es, ni estaría completa. Y añade que, sin embargo, todo ser es una gota de rocío que dura lo que dura la noche. Y termina afirmando que inextinguiblemente la noche se repetirá, y se repartirán el rocío y la yerba, y el primer plenilunio de diciembre sobre campos y playas. Porque la vida no se acaba nunca. Porque lo que una vez sucedió, sucede para siempre”.

Fuente: Identidad Andaluza

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