«Se juntaban los moros a hacer cosas de moros. Y bailaban descalzos y comían manjares de moros cocinados a su modo». Es el texto parcial de una denuncia ante la Inquisición mencionada ayer por la investigadora del CSIC en estudios árabes Mercedes García-Arenal, quien participó en el ciclo «Los moriscos. Una minoría étnico-religiosa en la Historia de España», en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA.
Los moriscos vivían en los reinos de Castilla y de Aragón (apenas tuvieron incidencia en las comunidades cantábricas, entre ellas Asturias), eran agricultores expertos y hábiles artesanos, mantenían sus creencias y ritos musulmanes, si podían peregrinaban a La Meca y, en general, había una relación de buena vecindad con las familias cristianas. «En Aragón había pueblos donde sólo vivían moriscos, que alimentaban costumbres ancestrales».
Eran diferentes y eso fue su perdición. Mercedes García-Arenal habló ayer en su conferencia, organizada por el Seminario de Estudios Árabo-Románicos y por Tribuna Ciudadana, de las diferentes «comunidades de emoción», ésas que, a pesar de la buena convivencia, «hacían que los cristianos mostraran su contento en las calles cuando se producía una victoria contra el turco, y los moriscos no mostraran el mismo entusiasmo». Y viceversa.
La expulsión fue el resultado de la alta política, de estrategias de seguridad, de creencias y fe. Y de grandísimos recelos. «Lo que más miedo daban eran las diferencias y el sentimiento de infiltración», dijo Mercedes García-Arenal, quien había sido presentada por el profesor de Árabe de la Universidad de Oviedo Juan Carlos Villaverde. Los recelos comenzaban «porque a uno le gustaran los dulces con almendras o le diera asco la morcilla». Un blasfemo acababa frente al tribunal de la Inquisición, pero la pena difería si el blasfemo era cristiano o musulmán.
La documentación sobre los procesos inquisitoriales es amplia y ha sido estudiada desde hace años por la investigadora del CSIC. En ocasiones, la cosa tiene visos de vodevil, como el de aquel morisco -explicó la profesora García-Arenal- que se juega la hacienda a los naipes y pierde hasta la camisa. Llega a casa con un enfado enorme, coge una imagen de un Cristo y le rompe una pierna a mordiscos. Al Santo Oficio directo. Frente a los jueces el morisco alega que estaba borracho. Era una doble coartada: como borracho, no controlaba y, por tanto, no era responsable de su mordisco a la cruz, y, si además bebía, era prueba de que sus costumbres eran cristianas. Nuestro hombre vivió para contarlo.
Fuente: La Nueva España
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