Antonio Manuel Rodríguez revela en un ensayo publicado por Almuzara cómo las huellas de la expulsión de los moriscos reflejan el cúmulo de contradicciones que pesan sobre nuestra sociedad
Los ecos del trauma de la expulsión morisca se extienden hasta nuestros días. Se manifiestan en forma de huella o cicatriz, comportamiento, sedimento cultural. Y revelan un ancho espacio de contradicciones y paradojas con las que convivimos diariamente, asimiladas por la sociedad como elementos intrascendentes cuando en realidad constituyen rasgos, indicios o resonancias de un infatigable clamor histórico. Estas ideas vertebran el ensayo que el escritor Antonio Manuel Rodríguez acaba de publicar en la editorial Almuzara, La huella morisca. El Al Ándalus que llevamos dentro.
"La tesis de la obra", expone el profesor de Derecho Civil de la Universidad de Córdoba y columnista de el Día, "es el fracaso de la expulsión, a la que sería más correcto llamar de otra manera: extrañamiento o destierro". Cuatro siglos se cumplen de un acontecimiento que es definido por Juan Goytisolo como "el primer precedente europeo de las limpiezas étnicas más o menos sangrientas del pasado siglo". "Lo que ocurre es que el intento de exterminar la diferencia provocó el nacimiento de una nueva cultura, propia y genuina", indica Rodríguez, que destaca la manera en que "la destrucción de pruebas" se extendió a lo largo de los siglos, de la mano fundamentalmente de la Inquisición.
"Pero la cultura sobrevive en las personas", subraya el ensayista, que ha optado por un lenguaje ágil y moderno y un tono dinámico (sin voluntad científica o erudita) para explicar cómo un acontecimiento tan traumático genera una serie de "mecanismos psicológicos" que, en torno al concepto de resiliencia (capacidad del sujetos para sobreponerse a periodos de dolor emocional), se manifiestan de distintas formas, a veces contradictorias.
Una de esas formas es la ocultación. Otra es la exageración de lo opuesto. Lo interesante, en cualquier caso, es la manera en que determinadas dinámicas de comportamiento se han instalado en el proceder cotidiano de personas, familias o sociedades sin que exista en ellas un conocimiento (ni siquiera una intuición) sobre su origen o significado. "Me quedé sorprendido una vez en Níger al ver cómo hacían sus abluciones unos niños antes de entrar a la iglesia. ¡Mi padre se lava igual antes de comer!", destaca el escritor, que pone otro ejemplo: la costumbre de muchas mujeres de "hacer el sábado": lavar, limpiar, abrir las ventanas para colgar las sábanas..., una herencia de un comportamiento que estaba llamado a demostrar "que no se era judío, ya que los judíos no pueden hacer nada los sábados".
"Es necesario reeducar nuestra mirada para comprender mejor quiénes somos", explica Rodríguez, que considera que "algunas de estas huellas o cicatrices corren actualmente, en tiempos de globalización homogeneizadora, un gran peligro de desaparición".
El libro es "una visión intuitiva de algunas evidencias que no vemos: un por qué de lo que fuimos y seguimos siendo", apunta el ensayista, que compara en su trabajo el trauma de la expulsión con "otros traumas íntimos" surgidos a partir de distintos ejemplos de represión: mujeres en contextos machistas, homosexuales en países en los que esta condición está penada, republicanos tras la Guerra Civil española... La obra es, en resumen, "un intento de colaboración para abrir una brecha que sirva para curar traumas". Un texto que revela el cúmulo de contradicciones y equívocos que pesan sobre la sociedad española actual, en la que se manifiesta un amplio recelo hacia el mundo musulmán a pesar de su constante presencia en nuestra mentalidad y nuestra cultura. La cultura, esa forma descomunal de resistencia.
Fuente: El día de Córdoba
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