Cuando hace más de veinte años leíamos por primera vez y de manera casi ilegal al Olagüe de La revolución islámica en occidente, comenzamos a darnos cuenta de hasta qué punto la historia que nos contaron en la escuela no era sino una versión entre otras y, casi con toda probabilidad, la menos verdadera, la menos fiel a los sucesos que han ido conformando el ser de los españoles y de los andaluces de hoy, de quienes por esa razón aún enfrentan un profundo vacío identitario, una necesidad inconsciente de conocer la historia reprimida, sustraída y reinterpretada unilateralmente durante más de cinco siglos.
Con Américo Castro y con Olagüe pudimos darnos cuenta de que existen otras maneras de tratar y conocer nuestro pasado, reconociéndonos en él de una manera menos hiriente, menos patológica, sobre todo si prestamos atención a las señales invisibles, en este caso, a las huellas más o menos ocultas del paso de pueblos y culturas por esta tierra, de una sociedad multicultural que estuvo viva hasta mucho tiempo después del final ‘oficial’ de una inexistente reconquista. Porque, al mismo tiempo que los seres humanos narramos mediante una crónica nuestra experiencia terrenal, la tierra nos devuelve nuestra propia imagen en forma de huella, de surco, de grafismo, de una escritura que, leída con sinceridad, detenimiento y atención, nos ayuda a descifrar esa continua sucesión de eventos humanos en forma comprensible, rememorable y social.
Y ese ha sido precisamente el itinerario seguido por Antonio Manuel en su ensayo La huella morisca, un recorrido tras los ecos del acontecer andalusí, de los diferentes momentos y hechos que relacionaron a unos pueblos y a unas culturas entre sí, siempre frente/junto a un poder homogeneizante y único, de manera neurótica y reactiva, resiliente, resistente a una deformación inevitable. Lo sefardí, lo gitano, lo monfí, lo flamenco, lo jondo, lo morisco, la cultura de los jornaleros andaluces, aparecen en este magnífico y apasionado ensayo articulados en torno a un largo y profundo proceso de aculturación, de pérdida de la identidad cultural, de la memoria histórica y, por tanto, alienados de toda posibilidad de expresión política, de toda vida social inclusiva más allá de la intimidad de la propia familia o del propio pueblo.
No sólo Blas Infante o Ignacio Olagüe se han pronunciado en estos o parecidos términos. También Emilio González-Ferrín, hace escasos años, en la introducción de su Historia General de Al Ándalus, nos confesaba su indignación ante la condición mineral de la historiografía, que no nos ayuda a comprender quiénes podemos ser si contemplamos o imaginamos nuestro pasado de una manera exclusivamente descriptiva, sin interpretación, sin ‘mojarnos’.
La huella morisca está, por el contrario, en la línea de lo que González-Ferrín denomina historiología. No se pretende aquí hacer un inventario exhaustivo de objetos, fechas y documentos, llegar a una comprensión de los sucesos y realidades históricas mediante una acumulación cuantitativa de eventos destacados, sino tratar de ver un poco más allá o más acá, más adentro o más lejos, bucear sinceramente en la propia alma casi como única manera de imaginar y experimentar el alma colectiva, el alma del pueblo, de la comunidad o comunidades a las que cada uno se siente pertenecer.
Este valiente y emotivo ensayo puede ayudarnos a comprendernos un poco mejor a nosotros mismos, sobre todo porque está escrito desde una clara atalaya de independencia y compromiso ético e intelectual, expresada reiteradamente por el autor en su afán por dibujar de manera cabal y equilibrada a las distintas culturas que conformaron no sólo el Al Ándalus ‘histórico’ sino sobre todo el Al Ándalus imaginal, mediante un rastreo sistemático de las huellas ocultas en los distintos lenguajes seculares, en el arte, en la poesía y en el folclore, en esa diversidad de tradiciones que aún confluyen en el alma andaluza contemporánea.
La huella morisca es la historia de un exilio que invertebra los siglos y los pueblos y llega vivo hasta nosotros tras su último y más reciente episodio durante la Guerra Civil y los años que la siguieron. Historia de una exclusión y de una sustracción de la memoria, de un persistente dominio sobre las conciencias y sobre las almas de los andalusíes, una narración que llega hasta la Andalucía y los andaluces de nuestro tiempo, con plena solución de continuidad. Un proceso cuya larga duración sólo encuentra sentido en la resiliencia cultural, en la capacidad que tienen las comunidades de regresar una y otra vez a su estado original, a una manera de ser, de sentir y de vivir que les ha sido sustraída gradual y sistemáticamente durante más de quinientos años.
Este tipo de indagaciones, necesarias en cualquier tiempo y lugar, nos resultan hoy indispensables para nuestra propia supervivencia cultural y moral, pues son precisamente esas señales sustraídas, escamoteadas por el poder y el paso del tiempo, las que nos ayudan a imaginar de una manera más verosímil quiénes pudimos ser y las que, por esa misma razón, nos permiten intuir las causas de nuestras formas de ser y de vivir.
La lectura de este ensayo nos provee de un sinfin de razones y de emociones útiles para transitar con mayor conocimiento de causa por el misterioso laberinto de la sociedad andaluza contemporánea, una comunidad desestructurada culturalmente debido, entre otras cosas, a ese largo y consistente proceso de apropiación identitaria, de sustracción de unos valores que son precisamente aquellos que nos proporcionan razón de ser y de vivir como seres humanos en esta tierra, las claves que podrían verter el humanismo andalusí, universalista e inclusivo, en el humanismo global que necesita nuestro tiempo.
Escrito con un lenguaje ágil y ameno, La huella morisca es, básicamente, un ensayo de antropología social y cultural que nos sitúa en una problemática atemporal que atañe íntimamente a la identidad española y, sobre todo, a la andaluza, dejándonos felizmente en la orilla del reconocimiento, apuntando a un tiempo en el que ya es posible mirarnos y vernos a nosotros mismos sin demasiados velos deformantes, con una mirada más inclusiva e integradora, alejada de aquellos exclusivismos que produjeron una sociedad reprimida y silenciada hasta la enfermedad.
Con esta obra, la editorial Almuzara revalida una vez más su ambiciosa y perseverante apuesta por la recuperación de la memoria histórica en España y en Andalucía, de una manera pulcra y literal, ofreciéndonos los textos de quienes han optado por pensar de una manera diferente, a contracorriente de esa marea estéril que nos inunda con ‘lo políticamente correcto’, con ‘lo razonablemente medible y cuantificable’ y que, en su reflujo, se lleva entre la espuma lo que de cierto y verdaderamente útil hay todavía en nosotros.
Muy lejos del universo de quienes piensan que la memoria histórica es un mero asunto de papeles amarillentos, estos textos nos ayudan a encarar de manera eficaz muchos de los problemas o asuntos —diversidad religiosa, multiculturalidad, modelos sociales, derechos humanos, etc— que tienen una presencia y visibilidad crecientes en la sociedad contemporánea.
Fuente: Webislam
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