PRÓLOGO
A la expulsión de los judíos, a finales del XV, siguió escalonadamente en el XVI y XVII la gran expulsión morisca, “una de las tragedias más tristes de la historia de la humanidad”, en boca de Richelieu, y que más leyenda negra ha movido en contra nuestra. En conjunto, entre quinientas mil y un millón de personas, hombres, mujeres y niños, desde la más tierna infancia a la vejez (según Domínguez Ortiz y Charles Lea respectivamente), fueron expulsados o asesinados salvajemente bajo la acusación de herejía o de traición al estado, sin que surgieran voces de clemencia en su favor y sin que jamás en nuestra azarosa historia se hubiera hecho desde el poder el trabajo de la muerte con mayor eficacia. Cada individuo buscó en ese gigantesco holocausto la salvación donde pudo: en Marruecos, Argelia, Túnez, Holanda o Inglaterra, y los que se ocultaron en sus casas, con la esperanza de escapar a las detenciones, fueron masacrados.
En mi juventud, todo lo conectado con este triste suceso se arropaba en necesidades histórica o era envuelto en el misterio, y nunca hubiera suscitado mi curiosidad de no haberme encontrado, casi por azar, con la historia, la leyenda y el mito de uno de esos expatriados, tan inmisericordemente, y que mejor encarnó en su persona las circunstancias más atroces de la crueldad de la época.
Sucedió un verano en Marrakech, mientras vagabundeaba por la gran plaza de la Yemaa el-Fnaa, observando las masas desocupadas de gentes que se movían alrededor de los juglares, músicos y encantadores de serpientes. Me llamó la atención uno de los cuentistas, de edad avanzada y tal vez ciego, que ocultaba los ojos tras unas gafas negras, y que agrupaba una masa compacta a su alrededor. Presté atención y cantaba una casida, que luego descubriría en el Durrat al-Hiyal y cuyo autor era Ali al-Zamuri, relativa a uno de sus héroes nacionales de nombre Yuder o Yawdar, conquistador del Sudán o tierra de los negros, en el año 999 de la hégira (1591). En ella se felicitaba al califa al-Mansur por esta célebre conquista: Albricias por esta victoria bendita que huele como el almizcle, Oh al-Mansur, sorpréndete por el regalo. Tu bandera verde publica la victoria.
La victoria os acogió con la mano diestra y por eso eres Tú victorioso entre todas las gentes de la tierra..
Los camareros del hotel que, como la mayoría de los chiquillos, se habían criado en las calles, conocían la historia y me aclararon que el tal Yuder era español, que había cruzado el Sahara con cuatro mil andaluces, la mayoría del reino de Granada, perdiendo en la travesía un tercio de sus hombres, pero alcanzando el Sudán – entonces un vasto imperio – y venciendo allí a un ejército veinte veces superior. A mi regreso a Granada, investigué en la biblioteca de Estudios Árabes y el nombre de Yuder existía, aunque apenas unas referencias escuetas en Julio Caro Baroja y en García Gómez, en las que se decía que el tal Yuder era natural de Cuevas del Almanzora, de pequeña talla y ojos azules.
Algún tiempo después, encontrándome en los Estados Unidos, volví a investigar en la biblioteca de la Universidad de Penn y los textos comenzaron a amontonarse sobre mi mesa. Por la gesta de Yuder, elche y renegado, no sólo se habían interesado franceses y árabes, sino que existían documentos de espías ingleses que le relataban a Isabel I las inmensas riquezas que por su medio llegaban a Marrakech, que le servirían para construir el palacio El Bedi, instándole a aliarse con Al-Mansur en contra de Felipe II, por ser aquel monarca uno de los reyes más ricos de la tierra. Inesperadamente descubrí el relato anónimo de un monje, tal vez jesuita o cura embajador de Felipe II en aquella corte, que contaba la conquista y, lo que es más sorprendente y de un valor inapreciable – ignorado por los investigadores el diario de campaña del mismo Yuder, narrando la travesía del Gran Desierto, escrito en un castellano excelente aunque tortuoso por la cantidad de palabras arabizadas que en él aparecen. Dejé al punto lo que estaba haciendo y me puse a dar forma al relato del Conquistador Desconocido y varón gigante de nuestra historia, que llegó a conseguir para sí, y para los españoles desterrados que lo acompañaban, nada menos que un imperio. Y ésta es su historia, a la que deseo mejor suerte que a su autor, escrita con licencia de estilo y lenguaje que el lector, amante de la fidelidad histórica, sabrá perdonar.
Resta contar que, una vez aparecida la primera edición de este libro en Editoriales Andaluzas Unidas, hoy desaparecida, descubrí un artículo de Ortega y Gasset, publicado en El Sol en 1924 con el título: “Las ideas de León Frobenius”, donde nos cuenta los avatares de esta gesta y la batalla de Tondibi, para Ortega: La más grande que nuestra raza ha logrado del otro lado del Estrecho, finalizando con las siguientes palabras:
¿Por qué, por qué no hemos ido a visitar a estos Ruma del Níger, nuestros nobles parientes?Autor : Villar Raso, Manuel
Lanzamiento : 1984
Número de páginas : 223
Edits Andaluzas
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